Los trabajadores sociales tenemos mucho en común con Miguel Hernández y su poesía social por eso hoy, en el aniversario de su muerte, recordamos su figura.
La poesía social es un movimiento literario que utiliza la poesía como instrumento para cambiar el mundo, denunciar las desigualdades y concienciar a la población de la injusticia social.
Miguel Hernández, nació en Orihuela en 1910. Su familia se dedicaba a la cría de ganado, Miguel fue pastor de cabras desde muy temprana edad. Fue escolarizado y abandonó los estudios por orden paterna para dedicarse en exclusiva al pastoreo. Mientras cuidaba el rebaño, leía con avidez y escribía sus primeros poemas. Los libros fueron su principal fuente de educación, convirtiéndose en una persona totalmente autodidacta. Su pasión creciente por la escritura le lleva a pensar en comprar una máquina de escribir y a partir de entonces, subirá cada mañana al monte, con el hatillo al hombro y la máquina de escribir para componer poemas hasta altas horas de la tarde. En la actualidad, se le conoce por ser una figura relevante en la literatura española del siglo XX.
Podemos considerarlo un pionero de la poesía social, ya que su obra se encuentra repleta de reivindicaciones ante las desigualdades sociales. Temas como la explotación infantil, el hambre y la pobreza se repiten una vez tras otra en sus versos. Siempre hizo hincapié en la importancia de alfabetizar al pueblo, la enseñanza como forma de lucha contra la desigualdad.
En su poema “El niño yuntero” habla abiertamente de la esclavitud infantil:
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a ese chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
Miguel Hernández falleció el 28 de Marzo de 1942.
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